Por Ziad Majed, Farouk Mardam Bey, Yassin Haj Saleh para Al Jumhuriya. 

Fuente desconocida

[Nota del editor: este artículo es uno de los dos publicados por Al Jumhuriya sobre la “Crisis del Islam”, seguido por el de Abdul Wahab Kayyali, titulado «La crisis del Islam: los musulmanes y la cuestión de la igualdad». Aquí se puede encontrar una versión en árabe de este artículo, mientras que Le Monde publicó una versión en francés].

Farouk Mardam Bey, Ziad Majed y Yassin Haj Saleh argumentan que el Presidente Macron no se equivoca al decir que el islam está en ‘crisis’, pero la crisis no puede separarse del autoritarismo y la violencia infligida a Siria, Irak y otros lugares en los últimos años, afirman.

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

El asesinato el mes pasado del profesor de historia francés, Samuel Paty, envuelto en su atroz simbolismo, marca el último de una serie de actos terroristas perpetrados por jóvenes musulmanes franceses, o musulmanes residentes en Francia. Como suele ser el caso, inflamó las emociones a tal extremo que hizo imposible durante días o incluso semanas tener una conversación razonable sobre el islam y otros temas relacionados.

Nosotros, como intelectuales laicos, comprometidos con la democracia, descendientes del Levante árabe y de una herencia de la que el islam fue y sigue siendo un componente esencial, estamos obligados a afirmar, en primer lugar, que la comunicación entre diferentes sujetos y el dificultoso análisis de problemáticas complejas es la única clave para desarmar la militarización cultural e ideológica propugnada por nihilistas islamistas como fueron los asesinos de Samuel Paty, tales como Abdullah Anzorov y otros tanto como él. Cuanto más estos sujetos logran profundizar las fronteras que separan a las comunidades musulmanas del mundo que las rodea, más sus ideologías crecen y prosperan.

En segundo lugar, afirmamos que esta militarización cultural e ideológica no solo se limita a estos nihilistas islamistas. Muchos en Occidente juegan el mismo juego e incluso animan a los islamistas a seguir jugándolo. Esto es así porque ellos también buscan profundizar las actuales fronteras y vivir en fortalezas robustecidas, indiferentes a todo lo que sucede a su alrededor y en los márgenes de sus propios asentamientos ideológicos.

Lamentamos expresar que percibimos un odio creciente hacia el mundo, nuestro mundo compartido, así como también por los valores de justicia, tolerancia e igualdad. Tanto en el mundo musulmán, como en las sociedades estadounidense y europea, y ni hablar de Rusia, India, China, Brasil. Este en un momento clave para el establecimiento de una solidaridad en la comunidad global, puesto que sería la forma más eficaz de abordar problemas para los que no existen soluciones locales, como son los problemas medioambientales, el cambio climático, las pandemias, la hambruna y la migración.

El planeta actualmente, en toda su inmensidad, diversidad y unidad, representa el interés público de la humanidad en su conjunto. Y se encuentra en una crisis profunda: una crisis de falta de dirección y una falta de propósito para unir a las personas. Los musulmanes y su religión son parte de este mundo; están presentes en él, y la humanidad está presente en ellos. De ahi que, el Presidente francés no se equivoca al decir que el islam está en crisis. Los mismos intelectuales musulmanes lo vienen diciendo desde hace generaciones. Sin embargo, lo que se olvidó de agregar fue que el mundo entero está en crisis y que la crisis del islam —encarnada en el surgimiento de un nihilismo violento que aborrece al mundo— se ve exacerbada por el crecimiento de las corrientes populistas, nacionalistas, extremistas y racistas, que no parecen más preocupadas por este mundo que los nihilistas islamistas.

Que la víctima, Samuel Paty, fuese profesor de Historia nos llama a recordar la historia detrás de este nihilismo islamista responsable del crimen. En su manifestación más violenta, nació en Afganistán a principios de la década de 1980, cuando Estados Unidos buscó convertir ese pobre país en un Vietnam para la Unión Soviética que lo había invadido y ocupado, sólo unos años después de la paralela invasión estadounidense a Vietnam. En ese momento, los servicios de inteligencia de Estados Unidos y Pakistán se aliaron con el capital proveniente de Arabia Saudita y su doctrina wahabista, una forma puritana del Islam salafista sunita que hasta ese momento había estado confinada al Reino de Arabia Saudita. Esta alianza se produjo con el fin de atraer, capacitar y equipar a jóvenes musulmanes de todo el mundo para llevar a cabo actos de violencia y el consecuente estado de guerra.

Paralelamente, la República Islámica de Irán, establecida a raíz de la revolución de 1979, estuvo exportando su propia ideología totalitaria a las diversas comunidades oprimidas en todo el Medio Oriente. De esta manera, colisionaba cada vez con mayor frecuencia con sus rivales regionales e internacionales y alentaba así el crecimiento del fundamentalismo chiita en paralelo con su homólogo salafista sunita. Más tarde, la invasión y ocupación de Irak en 2003 con los falsos pretextos de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva y vínculos con Al Qaeda, que había llevado a cabo el icónico ataque terrorista contra Estados Unidos dos años antes, ofreció un terreno fértil para el renacimiento del yihadismo nihilista. En dicho contexto, un Irak ocupado, con sus infraestructuras completamente devastadas y una sociedad en pedazos después de décadas de la tiranía de Saddam e interminables guerras, constituyó un entorno ideal para atraer a esos nefastos personajes. Más aún, una década más tarde la situación empeoraría aún más con la destrucción de la sociedad siria a manos del régimen de Asad, con la ayuda de sus aliados iraníes y rusos. En definitiva, esto conduciría a la proclamación del «Estado Islámico de Irak y el Levante» o EIIL que abarcó las humeantes ruinas de Siria e Irak.

En su forma más bélica y política, el nihilismo islamista aparece cada vez que se clausuran los sistemas políticos y se despoja a las sociedades civil del control de su propia existencia. Si la religión es el espíritu de situaciones carentes de espíritu, como dijo Marx, entonces en el contexto islámico contemporáneo es la política de las condiciones apolíticas. En otras palabras, el empobrecimiento político va de la mano al islamismo, donde lo primero tiene mayor significado que lo último. Del mismo modo, la posesión de las armas políticas por parte de la población, junto con el derecho a organizarse, manifestarse y protestar son los medios ideales para enfrentar al nihilismo islamista y su odio por el mundo.

En cambio, lo que continuó sucediendo durante décadas, llegando al día de hoy en el Medio Oriente es precisamente todo lo contrario. Desde la década de 1990, y especialmente desde el 11/9 las potencias más influyentes del mundo diagnosticaron al terrorismo como el principal mal político. Esto llevo a una securitización global de la política, basada en regímenes que utilizan la tortura, el debilitamiento de la democracia y la disminución del estado de derecho, consecuencias que vemos comúnmente hoy día. Dos décadas después de la ‘Guerra contra el Terrorismo’, el mundo es menos seguro, se reforzaron los odios colectivos y la guerra no permitió ni las demandas civiles de justicia ni creó tribunales locales o internacionales para ofrecer reparación a las víctimas del terrorismo en países como Siria, Irak y otros. La justicia fue un dominio exclusivo de ciertas víctimas occidentales. Generalmente tomaron la forma de asesinatos en venganza por los caídos, llevados a cabo por comandos especiales, aviones de combate o drones, en los que Occidente fue literalmente juez, jurado y verdugo.

Cierto es que la ostensible guerra contra el terrorismo no fue una guerra en absoluto. Estuvo más cercana a la definición de tortura, por lo que no debería sorprendernos al encontrar Estados torturadores como el de Asad entre sus socios, junto con el régimen de Abdel Fattah Al Sisi de Egipto,  el gobierno de Myanmar —implicado en el genocidio contra el pueblo musulmán rohingya— o el gobierno sectario y nacionalista de Modi en India. Tampoco debería parecernos extraño que el régimen chino coloque a un millón de musulmanes en campos de ‘rehabilitación’ que recuerdan a las tradición estalinista o a la de Pol Pot en Camboya. Así como tampoco debería extrañarnos que ex ‘terroristas’ laven su reputación al participar en esta ‘Guerra’ contra los ahora terroristas islámicos, ni que la ocupación colonial israelí y el régimen de apartheid en los territorios palestinos busquen refugio bajo la misma consigna de luchar contra el terrorismo. No hay ningún asesino, gobernante corrupto o criminal que no pueda ser bienvenido de nuevo en el redil mientras se asocien con Occidente en su ‘Guerra contra el Terrorismo’, mientras ‘terror’ remita solamente a la variante islamista.

Como lados opuestos de la misma moneda, el islam se enfrenta a dos grandes problemáticas interrelacionadas en el mundo actual. El primero es el nihilismo islamista, que elevó el nivel de crueldad dentro de las sociedades musulmanas ya violentas en todo el mundo. El segundo es la intolerancia contra los musulmanes en sus diversas formas y grados. Un mundo sin dirección ni propósito no puede ver una cara de esta moneda sin ignorar la otra, exactamente como lo hacen los propios islamistas. Esto presagia un futuro de aún más crueldad por venir. La islamofobia o el fanatismo antimusulmán arraigado en una larga historia de conquista y colonialismo, no ayuda a enfrentar el nihilismo islamista. El nihilismo islámico —un movimiento esencialmente menor que no representa a la mayoría de los musulmanes— tampoco es de ninguna ayuda para enfrentar la islamofobia. Por el contrario, los nihilistas islamistas se sienten completamente cómodos en contextos de discriminación contra los musulmanes. Necesitan esos sentimientos de agravio y victimización, porque ellos mismos no tienen nada positivo que ofrecer al mundo.

Nunca es demasiado tarde para un pensamiento crítico más claro que presente la cuestión islámica y su crisis como una faceta más de una crisis global, una crisis que se vuelve menos tratable cuanto más se demora su cura. Hacemos un llamado a nuestros colegas y contrapartes en Francia, Europa, Occidente y el mundo en general para que reflexionen sobre la crisis de un mundo sin alternativas ni conducción, sin perspectivas ni esperanzas, y para trabajar en la creación de un principio de responsabilidad global que resista la exclusividad racista y las afirmaciones de superioridad étnica o religiosa.

Nunca hemos deseado ser portadores de constantes malas noticias, pero los peligros que enfrenta el mundo en la actualidad no nos dan ninguna razón para descartar la posibilidad de que ocurran cosas peores. Esperamos —para que esa posibilidad se vea frustrada—, que otros tampoco la descarten. Es que tenemos razones para saber que lo ‘peor’ no avisa antes de llegar.

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

El PhD. Ziad Majed es profesor asociado de estudios de Oriente Medio en la Universidad Americana de París y autor de libros que incluyen “Syria: The Orphaned Revolution” (2013), entre otros.  

Farouk Mardam Bey es editor franco-sirio y autor de libros que incluyen “Itineraries from Paris to Jerusalem: France and the Arab-Israeli Conflict” (1992), coescrito con el difunto escritor Samir Kassir.

Yassin Haj Saleh es escritor político y ex detenido político por su crítica de izquierda, centra sus estudios en la evolución de la política y conflicto sirios, y análisis críticos de la cultura islámica contemporánea.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Al Jumhuriya el 12 de noviembre de 2020.