Por Mona Asa’ad para Syria Untold
Las tiranías militares y religiosas fallaron en Siria. Llegó el momento de un real proyecto democrático y nacional que adopte el secularismo. Este artículo se publicó como parte de la serie «Perspectivas del secularismo en Siria» en colaboración con Salon Syria y Jadaliyya. La serie completa en árabe se encuentra aquí.
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La enorme distorsión y confusión que existe con respecto al concepto de secularismo desvió la atención de la sociedad, al ser considerado como la antítesis de la religión, equivalente a la blasfemia o al ateísmo. Sin duda, se trata de una distorsión deliberada a la que contribuyó la época baazista. Los baazistas afirmaban el secularismo a través de métodos despóticos, posiciones excluyentes hostiles a la religión, la fe y los creyentes. Asimismo, son hostiles con los que no están bajo su bandera, en la misma línea de los regímenes despóticos, totalitarios, y comunistas.
La era baazista se prolongó durante casi cinco décadas, período durante el cual el Estado afirmó un monopolio no solo sobre los asuntos públicos y la acción política, sino también sobre la economía y la riqueza del país. Se aisló gracias a los aparatos de seguridad y un Ejército ideológico que adoptó la ideología del partido gobernante, algo que, gradualmente, reemplazó la lealtad a la nación o los derechos de sus ciudadanos. Asimismo, el régimen domesticó todas las manifestaciones de la sociedad civil y los sindicatos, que se afiliaron a la Oficina de Seguridad Nacional bajo el control del Partido Baaz y el líder del Estado.
Regímenes que se jactan de su secularismo
Sin embargo, los regímenes que jactan de su secularismo nunca dudaron en utilizar el excepcionalismo religioso y nacional para aprovechar las emociones religiosas del público musulmán como herramientas en su conflicto con el islam político. Entonces, teníamos a Anwar Al Sadat, el creyente presidente de Egipto, y también teníamos a Saddam Hussein quien agregó ‘Allahu Akbar’ (Dios es grande) a la bandera iraquí en 1991. En paralelo, el régimen de Asad supervisó el enorme aumento en la construcción de mezquitas, así como también el establecimiento de institutos religiosos, vinculados al Estado, para la memorización del Corán. Lo más importante es que estos regímenes supuestamente progresistas y laicos es que estaban interesados —a través de las diversas constituciones que elaboraron—en estipular, a su manera, que la “religión del Estado es el islam” y que “la Sharia es la principal fuente de legislación».
Este pragmatismo ideológico insiste en que las autoridades en el poder se asocian con la población musulmana popular a través de la fetua, las instituciones de donación y clérigos, y también con el soborno a esta multitud con consignas, la construcción de nuevas mezquitas y el hecho de permitir que algunos de ellos dejen sus trabajos durante una hora cada día ¡con el pretexto de las oraciones del mediodía!
Por otro lado, este pragmatismo no tuvo problema alguno en asociarse con intelectuales y fuerzas seculares en sus sociedades. Necesitaban responder a las presiones occidentales o demandas de organizaciones internacionales para modernizar las leyes relativas a las libertades públicas y los derechos humanos, especialmente los derechos de las mujeres y los niños.
Reformas que nunca vieron la luz
En este contexto, trabajé con un equipo legal vinculado con la Comisión Siria de Asuntos de la Familia, que fue establecida por el Decreto 42 en el año 2003, con el objetivo de modernizar la estructura legal y constitucional del Estado. De hecho, se me concedió la oportunidad de trabajar en la modificación de toda la legislación con el objetivo de promover la igualdad de género.
Prácticamente reformulamos la Ley de los derechos del niño y la Ley de Partidos y Asociaciones en Siria completamente. Íbamos a desarrollar una moderna Ley de familia, como alternativa a la Ley de Estado Civil. Estas reformulaciones de las leyes sirias se discutieron, primero, con un grupo de expertos legales sirios y luego con representantes de la Unión Europea y organizaciones internacionales en Damasco. Finalmente, estos proyectos de ley se enviaron a las autoridades competentes para su discusión y aprobación. Pero entraron en algún cajón de algún lugar de las oficinas gubernamentales y nunca volvieron a ver la luz.
Este renacimiento no estaba destinado a durar mucho tiempo. La cartera de proyectos de modernización y desarrollo de la infraestructura jurídica de Siria se cerró rápidamente, especialmente, en lo que respecta a las leyes correspondientes al estado civil y las de los derechos de las mujeres y los niños. Más aún, en 2009 se presentó un nuevo proyecto de ley de estado civil que reflejaba una tendencia más rudimentaria, más atrasada y discriminatoria, y que violaba los derechos de las mujeres. Esto irritó a la mayoría de los intelectuales sirios, por lo que entraron en discusiones sobre cómo refutar el proyecto. Finalmente, lograron evitar que se aprobara.
En la atmósfera de despotismo militarista baazista —así como también la ausencia del Estado en funciones como la prestación de servicios, la modernización y la seguridad de sus ciudadanos— varios segmentos de la sociedad comenzaron a resguardarse en estructuras sociales e ideológicas premodernas: redes familiares, de clan y tribus, grupos religiosos o regionalismos. Esto constituyó el ambiente ideal para el resurgimiento de todas las formas de religiosidad en la sociedad siria, desde el sufismo hasta el salafismo, pasando por el islam político y los movimientos yihadistas, que el régimen dirigió hacia su rival histórico el régimen baazista de Irak. Sin embargo, estos grupos terminaron por repercutir contra el propio régimen después de los levantamientos populares sirios de 2011.
Además, en el contexto de estos levantamientos populares, surgieron un gran número de afiliaciones religiosas, sectarias, tribales, de clanes y etnias, a las que el despotismo del régimen había negado existencia propia, hasta que las estatuas comenzaron a caer. Por lo tanto, podemos afirmar que esta Primavera, a pesar de sus repercusiones actuales, logró desenmascarar las tiranías religiosas y bipolares del régimen sirio.
El baazismo defendió su supervivencia creando una polarización sectaria, étnica y regional, recurriendo a países y milicias extranjeras que contribuyeron a la destrucción del país, la sociedad y a las estructuras estatales. El islam político y sus poderes históricamente obsoletos fueron en la misma dirección: adoptaron la misma retórica sectaria y divisiva, pero recurrieron a lógicas más retrógradas y brutales que contribuyeron a la destrucción de Siria y al asesinato o desplazamiento de su población.
El problema del Islam político
El problema del islam político es que se niega a separar las esferas de la fe y el culto religioso, por un lado, y los asuntos estatales, por el otro. Considera que el islam no sólo cubre los actos de la fe, sino que también regula los asuntos de las personas en lo que respecta a la comida, la ropa y las interacciones entre los ciudadanos. Sus predicadores argumentan que durante la época del califato islámico, al califa o al sultán se le confían poderes tanto religiosos como políticos. Era tanto el gobernante como el imán al mismo tiempo. Según estos religiosos, esto es contrario a las normas de otras religiones monoteístas. De ahí que insisten en el lema ‘El islam es la solución’, con lo que ignoran el paso de la historia y las necesidades actuales, así como también el problema de la pluralidad y convivencia entre religiones, e incluso dentro de una misma religión.
Esto explica la animosidad del discurso islamista radical hacia el secularismo. Los islamistas quieren alejar al islam popular moderado del secularismo, distanciarlo de los intelectuales y los movimientos sociales y políticos que lo exigen. El discurso islamista considera el secularismo como una blasfemia y un libertinaje, una desviación de la Sharia y las tradiciones heredadas de nuestras sociedades conservadoras, y hasta un acto de sabotaje que desestabiliza aquellas tradiciones y la sociedad misma.
Cualquiera que siga el conflicto entre las tiranías militares y religiosas de Siria descubrirá que se trata de un conflicto de intereses y que nunca se trató de religión o de secularismo. Esto sólo contribuyó a la formación de una polarización ideológica simplista que dejó a los sirios, e incluso a segmentos de los círculos intelectuales, políticos y civiles, atrapados entre autocracias bipolares. Esto obstaculiza el desarrollo y la modernización de la sociedad puesto que para ello se necesita de una atmósfera de libertad y democracia, incluida la libertad de culto, o la libertad de ejercer ritos religiosos, que ningún Estado religioso puede proporcionar.
Los Estados religiosos a lo largo de la historia fueron tiránicos por necesidad, porque necesitan excluir a otras religiones de la esfera política del Estado que monopolizan. Es el caso, por ejemplo, de Israel. Más aún, las religiones en general, y el islam en particular, están históricamente divididas en doctrinas y sectas, que serán excluidas o perseguidas en cualquier Estado religioso, como es el caso del régimen de los Mullahs en Irán.
Entonces, ¿cómo salimos de este callejón sin salida?
El Sheij Ali Abdul Razzaq trató de abordar este tema en su libro Islam and Origins of Rule [Islam y orígenes de la norma] (1925). Rechazó la noción del gobierno islámico y agregó que “el islam es un mensaje, no una norma. Es una religión, no un Estado». También argumentó que el «califato es un sistema religioso, del cual el Corán no lo exigió ni se refirió a él», y continuó: «El Islam como religión es inocente del sistema califal».
Por lo tanto, necesitamos alternativas para el Estado califal, que divide a la sociedad en lugar de unirla, devasta la economía y no promueve el desarrollo, que se opone a la modernidad y la historia. Necesitamos un Estado moderno que adopte el principio de laicismo y un sistema democrático pluralista, que ponga fin a la era de la tiranía, detenga las guerras y luchas en curso, y unifique a todos los ciudadanos bajo la constitución y el respecto de la ley, convirtiéndolos en un pueblo capaz de hacer su propio futuro.
Hacia un sistema democrático arraigado en el secularismo
El laicismo es un sistema filosófico, social y político basado en el principio de separar la religión del estado, sin pretender ir en contra de la religión o la fe. Esta última no debe estar vinculada al Estado, puesto que el Estado en el pensamiento político moderno es una entidad nominal —como cualquier otra institución administrativa— en la que los residentes pueden creer en una religión o varias religiones, o no creer en nada. El Estado debe mantenerse neutral frente a todas las religiones, con las diversas sectas y creencias personales de sus ciudadanos.
En una rápida mirada a los países occidentales, quienes adoptan el principio de laicismo en sus constituciones y a pesar de sus muchos lapsus, se puede apreciar que estos Estados mantuvieron su neutralidad hacia la religión o hacia las religiones en general, sin mostrar hostilidad ni oponerse a ellas. Debido a su naturaleza democrática, los Estados laicos deben respetar todas las religiones e incluso protegerlas. Ellos respetan a todos los ciudadanos que profesan cualquier religión, en todas sus variaciones o denominaciones, defienden su derecho a creer y practicar sus ritos, y, al mismo tiempo, respetan a quienes rechazan las prácticas religiosas. Dichos Estados también evitan la intrusión de cualquier agenda religiosa en la esfera pública o en los negocios estatales.
Como sirios, habitantes de un país que durante muchos años fue testigo de guerras por su territorio, del ajuste de cuentas políticas de orden regional e internacional, y del hecho de que casi la mitad de su población se convirtió en desplazados internos o refugiados, necesitamos desesperadamente, ahora más que nunca, una eficaz fortaleza para restaurar la unidad de los sirios, perdida a causa a las tiranías militares y religiosas. Ninguna de ellas parece capaz de lograr esta unidad ni en la época en que vivimos ni en el futuro venidero.
Entonces, debe haber un sistema democrático arraigado en el principio del laicismo como única solución posible. Es una necesidad histórica para cualquier proyecto nacional y democrático en el futuro de Siria: un proyecto para un Estado no religioso con un contrato social para todos sus ciudadanos. Este contrato social será lo que una a todos los ciudadanos del Estado bajo la constitución y la Ley, y lo que los convertirá en un pueblo, independientemente de sus creencias o denominaciones.
La historia nos brinda las mejores pruebas. El cristianismo occidental atravesó varios conflictos sangrientos y divisiones sectarias que comenzaron con las reformas religiosas liderada por Martín Lutero, en 1517. Millones de europeos pagaron estas divisiones con sus vidas hasta que el Sacro Imperio Romano firmó la Paz de Westfalia en 1648, con lo que se puso fin a una era de guerras religiosas entre protestantes y católicos.
La importancia de esta paz es que estableció un nuevo sistema en Europa basado en la independencia de cada Estado dentro de sus fronteras territoriales —esto se traducía en la soberanía administrativa y política de los Estados sólo dentro de sus fronteras geográficas, en contraposición a la soberanía de la Iglesia, que no poseía fronteras. En otras palabras, fue la separación de la institución religiosa de la institución estatal, no la abolición o el combate de la esfera religiosa. En consecuencia, esto permitió el desarrollo de sistemas de gobierno, de administración y economía alejados del dominio de los textos religiosos o de los intereses particulares de la Iglesia.
Desafortunadamente, las sociedades islámicas no pasaron por esta misma era de reformas religiosas. El declive del Imperio Otomano alentó al colonialismo europeo a retomar su legado en la región. De ahí que los regímenes independentistas y posteriores no lograron ningún desarrollo social y democrático en las estructuras del Estado. Es más, los sucesivos golpes militares en Siria contribuyeron a la transición hacia la tiranía del Baaz y la dictadura del partido único, que produjo un fracaso catastrófico en todos los niveles.
Es una triste paradoja que en Siria, y en la región en general, 500 años después de la reforma religiosa del cristianismo en Europa, estemos volviendo a las peores versiones del califato islámico. Esto se ve de manifiesto con el surgimiento del Estado Islámico en Irak y el Levante, que llevó a la destrucción total de la política, la economía, la administración gubernamental y la sociedad civil. El grupo mostró un absoluto desprecio por la esencia de la fe cuando devolvió a la gente al nomadismo del desierto y a la ignorancia de los príncipes y clérigos, que decapitaban a la gente, capturaban mujeres y las vendían en los mercados de esclavos y conspiraban contra la población misma en el nombre de la religión y Dios.
Esto produjo el actual fracaso histórico del islam político, que contrasta con el devenir del mundo, la historia y los propios intereses de la ciudadanía. Sí, la realidad es espantosa. Pero no hay otra forma de mejorarlo que a través de un proyecto democrático nacional que adopte el laicismo como marco constitucional para construir el Estado.
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Mona Asa’ad, es abogada, académica y activista en Siria. Fue la asesora jurídica de la Comisión Siria de Asuntos de la Familia y activista de la mujer.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Syria Untold el 13 de enero de 2021.